Sobre del uso de tan útil como incómodo accesorio
Por Miguel Carrillo Bascary
No pretendo hacer una historia de este accesorio, simplemente aportaré algunas reflexiones sobre su uso en las ocasiones donde el Ceremonial demanda proteger a su portador de la acción de los elementos. Se adicionan otras referencias que pueden ser de utilidad.
El paraguas acompaña al hombre desde la noche de los tiempos. Su principal uso radica en proteger de la lluvia, pero también del Sol[1] y hasta de la nieve. Por supuesto que la elección de un paraguas es decididamente personal, pero también incide en las actividades corporativas y de estado.
Convengamos que estos elementos en sus diversas formas han sido elementos que implican cierta distinción para quien lo lleva. Por siglos se reservó a los grandes dignatarios[2] y poco a poco se fue extendiendo a las jerarquías inferiores de la sociedad, hasta popularizarse a mediados del siglo XIX.
Como todo accesorio relacionado con el vestir están sujetos a las modas y los hay de todo precio.
En lo que hace al Ceremonial se preferirán los de colores sobrios, aún para las féminas. Para ocasiones sumamente formales se impone la exclusividad del negro; si la exigencia del contexto fuera menor, podrá optarse por el azul, el gris oscuro y aún por el blanco. Para ocasiones menos solemnes cabe admitir el gris algo más claro y el verde oscuro; quizás no desentone un bordó, pero siempre deberá privar la prudencia. Las actividades relacionadas con el Ceremonial de Estado demanda la uniformidad en formas y colores.
En contadísimas ocasiones, podrá admitirse que ellas los lleven en colores claros, como una forma de sobresalir de un conjunto. Sin embargo, siempre será una manera de marcar presencia que deberá acompasarse con las circunstancias del momento para no incurrir en faltas de etiqueta.
Los ideales son los paraguas “clásicos”, que abren y cierran en forma automática, con ellos se tendrá la seguridad de estar siempre bien. Lidiar con los que sean de apertura y/o cierre manual puede deparar gestos faciales y corporales que exponen al protagonista a las cámaras, con todo lo que esto implica.
Convendrán también los telescópicos, cuya construcción permite la comodidad de reducir su extensión cuando no se emplean. Una variante serán los “de viaje” o “de mano”, que por sus pequeñas dimensiones se adaptan a las emergencias y pueden llevarse en una cartera, valija, bolso o portafolio. Eso sí, deberán ser de alta calidad ya que los más comunes en el mercado pueden resultar débiles para soportar vientos de cierta intensidad.
Un rotundo “no” a los llamados “paraguas de golf[3]”, menos aún a los diseñados para dos personas, ya que serán muy molestos para quienes rodean al usuario; su empleo evidencia un innegable egoísmo en tanto se privilegia la comodidad por sobre las consideraciones a los demás. La excepción está cuando lo utilizan quienes son pareja. Para la circulación son un engorro, toda vez que su amplitud generará contactos con los que lleven otras personas. Este tipo de accesorio se justifica para proteger a las primerísimas figuras, en cuyo caso el Ceremonial aconseja que lo porte un auxiliar.
También existen en el mercado “paraguas compuestos” o “de doble copa”. La verdad es que no son cómodos y su conformación los hace inadecuados a los efectos del Ceremonial. Su sola imagen lo explica todo.
Los paraguas de copa grande se utilizan para cubrir a quienes descienden de un vehículo y para acompañarlos hasta el recinto al que se dirigen, por eso se los llaman “de porteros” o “de escolta”. En las oficinas de Ceremonial y en todo salón para eventos nunca deben faltar varias unidades con las que se podrá atender cualquier imprevisto atmosférico.
Los hay de plegado inverso, donde el agua queda en la parte interna del elemento, de manera que no mojará a quien se aproxime a su portador.
Obvio que no está bien visto que en actos formales se lleven con estampados publicitarios, excepto que posean un discreto logo o isotipo de la entidad organizadora. En estos casos serán provistos por la anfitriona y constituirá una muy buena imagen que, al finalizar el evento, los circunstanciales usuarios sean invitados a llevárselos como una atención empresaria.
Siempre se preferirán los paraguas con mango curvo, ya que en caso de necesidad podrán depositarse sobre el antebrazo, con lo que se mantendrán libres ambas manos.
Una advertencia particular para los de tipo “burbuja”, no es propio lucirlos en actividades formales ya que interfieren el contacto visual entre los participantes. Puede ser válido emplearlos para espacios estrechos. Como una anécdota, la difunta reina Isabel II era frecuente usuaria de los mismos.
En los últimos años se viene imponiendo dispensadores colocados estratégicamente, una vez traspuesta la puerta de ingreso a un recinto. Así, las personas que acceden munidos de paraguas empapados podrán deslizarlos en fundas de poliéster, con lo que se evitará que chorreen a medida que los usuarios se desplacen por el interior del ámbito.
A falta de tales implementos resulta esperable que se hayan dispuesto los clásicos paragüeros. Eso sí, no deja de ser complejo que alguien se lleve un paragua equivocado o que algún desaprensivo aproveche para munirse de un ejemplar cuando olvidó proveerse del propio. Estas circunstancias pueden dar lugar a muchos sinsabores.
Como medida de precaución cabe colocar el nombre y número de teléfono (o al menos este último) en algún discreto espacio del interior del paragua. Esto permitirá identificar al propietario y, eventualmente, que pueda ser devuelto en caso de un circunstancial olvido.
Cuando una persona ingresa a un espacio con su paragua mojado y deba llevarlo con él, corresponderá enfundarlo. Jamás debe colocar un paragua húmedo sobre un mostrador o sobre la mesa de un bar, en su caso se depositará discretamente en el piso, junto a la silla o colgando de su respaldo.
Por supuesto que, al desplegar un paraguas deben tomarse las mayores precauciones a fin de no agredir inadvertidamente al vecino. Ídem cuando se rebaten, ya que durante la operación se tiende a salpicar al entorno.
Una regla elemental de cortesía demanda que, cuando una pareja se desplace o permanezca a cubierto de un paraguas, deberá ser el varón quien lo sostenga, procurando proteger lo más posible a su compañera.
En el Ceremonial de Estado no es poco frecuente que el mandatario anfitrion sea quien ampare bajo su paraguas a quien lo visita, aunque queda sobreentendido que esta cortesía solo resulta procedente cuando exista cierta familiaridad de trato.
Como vemos, los paraguas complementan la vestimenta y demandan diversas medidas para su correcto empleo en materia de Ceremonial. No pueden establecerse reglas rigurosas para su uso pero si determinar algunas pautas guías, como las que quedan expresadas.
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