Recuerdos escolares

 Cambiar de patio

Patio de los mayores, Colegio del Sagrado Corazón

En nuestra antigua “normalidad” el mes de noviembre determinaba las promociones escolares y esto se trasuntaba en los cambios de patios que se concretaba al reiniciarse las clases.

En los grandes colegios el patio era tan importante como el aula misma y acaso tuviera un condiment0 mayor, por que ahí se socializaba con chicos de otras edades. En el “Sagrado Corazón”, había varios: el patio de jardín; el de primer grado; el de segundo y tercero; el reservado para cuarto, quinto y sexto. Ya en el secundario estaba el “patio de los menores” (primero, segundo y tercero año) y el de los “mayores”, reservado para cuarto y quinto año. 

Cada uno tenía sus particularidades: el de jardín, sus dibujitos ingenuos y la pajarera; los de primaria por sus juegos y los apreciadísimos “metegoles”. Salvo en el de jardín, eran omnipresentes los arcos para jugar “a la pelota”, fuera esta de medias; de goma o de cuero. A falta de esta, servían las “chapitas” de gaseosas. Cada patio tenía sus campanas cuyos sonidos peculiares abrían y cerraban los recreos. Cada patio tenía sus rincones; sus historias y sus fantasías.

Hace unos años, no se de cómo, me llegó un relato muy emotivo que preparó un egresado para la cena de sus 25 años de graduación. Lo escribió el doctor Diego Nannini, mi cardiólogo, quien no necesita presentación por tener un muy aquilatado prestigio profesional y por sus virtudes como comunicador.

Algo me lo recordó en estos días. Lo busqué entre mis papeles; lo encontré (mucho hubiera sentido no hacerlo) y hoy se los comparto, con un afectuoso abrazo virtual y con el inmenso agradecimiento a Diego por haber sabido escribirlo tan bien.

Dr. Diego Nannini

Cuando lo lean verán que puede aplicarse a las escuelas y colegios a los que Ustedes hayan ido, no importa cuales fueron; todo es cuestión de extrapolar lugares y nombres. Los desafío a no ponerse emotivos.

Lo que Diego escribió es lo siguiente:

Cambiar de Patio - La primera vez que entré al Sagrado como alumno, fue por calle 3 de Febrero, para asistir a Jardín, salón blanco, con la señorita Mimí Daniele. También estaba el salón azul, de la señorita Carmencita Mussa. Y así, entre palotes y meriendas compartidas, cambiamos de aula sin cambiar de patio, que era el mismo, con su techo de zinc verde y la imagen de la Virgen al fondo.

En primer grado, la señorita Yolanda comenzó la ardua tarea de alfabetizarnos. En segundo la señorita Charito continuó su tarea y la Gurgui, Susana, Graciela era la directora, nos llevó a la Primera Comunión, que nos dio el Padre Lartigau. Y éramos los más grandes del patio, lo que nos daba patente de mayorcitos y podíamos mirar a los novatos por encima del hombro.

En cuarto grado la señorita Sánchez, nos recibió en otro patio, el grande de la Primaria, que hoy ocupa la Secundaria. El salón era el primero bajando por la escalera Oeste. En quinto, la Pozzi, se encargó de nuestra educación.

Y entre pelotitas boleadoras, metegoles, billares y ping pong fuimos creciendo en nuestro patio ante la mirada atenta del padre Domingo Cuasante, hacedor de todos los juegos y partidos de fútbol de esa época, incluyendo los sábados en el campo de deportes. El hermano Félix vendía sus gigantescos sándwiches de mortadela en pan árabe, que traía de la cocina en una canasta de no menor tamaño.

No me olvido del maestro Arias, del maestro Ferreyra, de la Beltramino y de la Camani que fueron los maestros de sexto y séptimo. Éramos los mayores del patio y nuestro paso imponía autoridad. El viaje de estudios a Cosquín con el padre Eleuterio y Nélida Ramírez, y la Confirmación, nos iban marcando otro inminente cambio de patio.

Llegó en el 77 la Secundaria, en el patio de los árboles, con 13 profesores y una pelota de media para jugar en los recreos. Y los primeros puchos de algunos en el baño.

Hasta el 79 en ese patio y luego el salto final de patio, al del Mástil, cuando entramos a cuarto año. Cuántas zapatillas gastamos en ese cemento, cuantos codos y rodillas sangraron en las caídas y vimos caer las palmeras con sus canteros. Y el quinto año con el viaje a Bariloche que anunciaba el fin de recorrida. Éramos otra vez, los mayorcitos del patio.

Todavía puedo ver a la Lili Sosa, a Mabe Premoli, a Marta Giacomino, a Rodríguez Olivera, al Pelado Asti, a Sanguinetti, al Nono Herrera Lassaga, a Micheletti, a Pecile, a Camargo, al padre Cuasante, a la Rubulotta, a Ramadán, al Gordo Bonifacio, a Hernán Mendoza, a Bainotti, a Jorge Boasso, a la Tusca, a Eugenio Vago, a Italo Deledda, al padre Bruno y al padre Cófreces y varias decenas más que los cinco lustros fueron borrando de mi memoria.

Y así es la vida, ir cambiando de patio en patio intentando ser ante todo hombres de bien, en el patio que sea”.

(Diego Nanini, en sus 25 años de egresado)

 


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