El 9 de Julio y el chocolate patrio


La pirámide, el Himno y el chocolate patrio


Por Miguel Carrillo Bascary



En vísperas del 9 de Julio, en que los argentinos celebramos la declaración de nuestra independencia de los reyes de España y de “toda otra dominación extranjera”, quiero referirme a una costumbre que tiene más de doscientos años de tradición.


La Pirámide de Mayo

Las Provincias Unidas del Río de la Plata eran una nación en ciernes que pugnaban por constituirse aquejada por los sufrimientos de un parto en medio de luchas y tensiones, luego del grito de libertad exhalado el 25 de mayo de 1810. La historia señalará que el primer gobierno patrio surgido aquél día en el Cabildo de Buenos Aires fue el inicio de un proceso que culminará décadas más tarde, con la sanción de la Constitución que hoy rige a los argentinos.

Precisamente, para conmemorar el primer aniversario de ese pronunciamiento se dispuso erigir un monumento que lo perpetuara. Sería de características muy modestas, una simple pirámide de ladrillos que se emplazó en la plaza de la Victoria, junto al frente del histórico Cabildo.

Aspecto original de la Pirámide - La Pirámide engalanada

Los trabajos fueron febriles y la “pirámide de Mayo” se inauguró al cumplirse el primer aniversario del trascendental hecho.


  
El Himno

Pasaron los meses y en el caluroso verano de 1813 se reunió la Asamblea General que tenía como objetivo dictar una constitución y, lógicamente, declarar la independencia de las provincias que habían sido parte del virreinato del río de la Plata.

Sabemos que se aprobó el escudo que aún hoy nos identifica; se suprimieron los símbolos de la soberanía metropolitana y se dictaron muchas otras medidas que prepararon a la opinión pública para el trascendental acto de formalizar la independencia. Entre ellos estuvo adoptar una “marcha patriótica”, nombre primigenio con el que se conoció a nuestro Himno nacional; esto ocurrió el 11 de mayo de 1813.

En aquel ambiente inflamado de patriotismo la obra de Vicente López y Blas Parera adquirió una popularidad inmensa. Se cantó en los actos y celebraciones oficiales; en los vivacs de las tropas y hasta en las pulperías. Cuentan los cronistas que los viajeros lo divulgaron hasta regiones tan lejanas como Venezuela y Colombia.

Su letra es un relato minucioso de los acontecimientos históricos del amanecer de la gran Patria americana y una expresión poética inflamada de los ideales y sentimientos de aquella gente. Con los años la canción fue reconocida como himno nacional argentino.


El chocolate patrio

Entre los muchos bienes que América legó a la humanidad se encuentra el chocolate, fue el “alimento de los dioses” (theobroma) que, según la leyenda azteca, Quetzalcóatl regaló a los hombres.

Compartiendo el chocolate, friso azteca

 La valoración de la bebida fue superlativa, como que sus semillas llegaron a valer como moneda de cambio. Con la llegada de los españoles entre los varios “vicios” que desarrollaron en las cálidas tierras mexicanas se encontró el “pocoakawaatl”, tal su nombre en lengua náhuatl que los españoles pronunciaban “tchocolatl”. Desde allí su consumo se expandió hacia Europa y al resto del Nuevo Mundo.

Los estudiosos agregan que los mexicas preparaban la bebida mezclando semillas de cacao y de ceibas (palo borracho) a las que también agregaban hierbas; flores secas molidas y otras lindezas, dándole características diferentes según la zona.

Cuando el chocolate se llevó a Europa al parecer fueron los monjes los que más contribuyeron a su dispersión por cuanto al mezclarlo con leche caliente pudieron aprovecharlo como una bebida de alto contenido calórico, obviamente fortificante.

Monjes preparando chocolate

Cuando la sociedad del río de la Plata comenzaba a pensar en la emancipación de la Corona de España, el chocolate se consumía con asiduidad, tanto en las mesas familiares, como en las pocas fondas existentes, donde se reunían aquellos que disponían de algún tiempo. Claro que tenía como competidor al café, pero al parecer este no era tan popular como la amarronada bebida llegada de Centroamérica. En este contexto, todo indica que el chocolate era el preferido a comienzos del siglo XIX.


Un vínculo entrañable

Hasta aquí hemos reflexionado sobre tres elementos que poco parecen tener en común, ahora los vincularemos para fundamentar el título de este post.

Para celebrar el fasto del 25 de Mayo se hizo costumbre que los niños recogidos en la Casa de Expósitos, donde recibían sus primeras letras, fueran llevados a la plaza de la Victoria y allí esperaran la salida del Sol al que saludaban cantando los versos del Himno Nacional en derredor de la Pirámide.

Luego se desplazaban hasta las casas de las autoridades donde repetían el cántico. Para retribuirlos se hizo habitual que se los agasajara con tazas de chocolate caliente acompañadas de pancitos y de algún otro bocado que hoy denominamos “facturas”. Este fue el origen del “chocolate patrio”, una particular manera de honrar a la Patria y a quienes contribuyeron con sus vidas a darle forma.


Más tarde los niños de las escuelas comenzaron a repetir la práctica que se divulgó hacia otras provincias, con lo que el chocolate se hizo una costumbre íntimamente ligada con las fechas patrias.

No solo los chicos usufructuaron este vínculo, la costumbre se trasladó a los cuarteles, aunque en estos ámbitos el alimento de los dioses cedió su lugar a una bebida derivada, la cascarilla de cacao mezclada con leche y endulzada con azúcar; de muy inferior costo y sabor parecido. La Química nos enseña hoy que la cascarilla tiene alto contenido de antioxidantes.

Lentamente fueron variando los gustos, el chocolate que era tan popular en el siglo XIX, encareció su precio y el consumo general viró hacia el mate cocido, que se consumía como desayuno y merienda. Pero el chocolate estaba tan enraizado en las costumbres celebratorias, que los fastos patrióticos eran aguardados por los niños como la gran oportunidad para degustar esa sedosa bebida.

Así, luego de la celebración de los actos patrios del 25 de Mayo y del 9 de Julio, realizados a primera hora de la mañana, según los usos del siglo pasado se compensaba a las niñas y niños de blancos guardapolvos con un caliente chocolate (o cascarilla) acompañado de churros; pastelitos o de humildes bollitos. Un reconstituyente válido para burlas a los fríos.

Fue así que el “chocolate patrio” se extendió, también lo degustaron las autoridades y el público que participaba de los actos, hasta el punto en que se hizo tradicional que el Ejército Argentino apostara en las inmediaciones sus “cocinas de campaña” donde la cascarilla se dispensaba generosamente a cuantos se aceraban ateridos a pedir un humeante jarro.

Repartiendo chocolate

Más recientemente, los veteranos de Malvinas, en muchas ciudades de Argentina, continúan con esta simpática costumbre.

La industrialización incidió en la costumbre, hasta el punto en que aparecieron productos en polvo derivados del chocolate, tales como: el “Cocoa”; el “Nescao”; el “Nesquik”; el muy norteamericano “Toddy”; el “Vascolet” y toda una serie de marcas comerciales que siempre hicieron delicia de los chicos … y de los grandes también. Pero esto, es otra historia.






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