Personalidades: Jack Benoliel


Jack Benoliel,
sinónimo de la cultura en Rosario


Por Miguel Carrillo Bascary




El 2 de octubre del año 2017 Jack Benoliel, quien no necesita presentación en Rosario, comenzó una nueva etapa de su existencia. Muchos lloraron al conocer la noticia, pero muchos más le agradecieron su testimonio de vida. Al cumplirse un año de aquella fecha la costumbre judía determina que se descubra una placa alegórica extendida sobre la serenidad de su tumba. La emotiva ceremonia se cumplió según la tradición, para los que no pudieron hallarse en el lugar les presento una fotografía.

Su familia a la que tanto quiso y a la que aplicó sus mejores esfuerzos seleccionó el diseño del memorial con particular acierto, sobre la lápida de oscuro mármol hay un libro permanentemente abierto, como los miles que Jack sostuvo en sus manos a lo largo de la vida, para beber sus palabras como solo él sabía hacerlo. Sobre las páginas de ese volumen marmóreo destaca la singular pureza de un pimpollo de rosa blanca, símbolo de la entrega y de la fraternidad.

Obviamente que, como todo libro, ese libro, el Libro de Jack, tiene escrito antiguo aforismo árabe que solía recitar al comenzar sus conferencias y presentaciones: Callad si lo que vas a decir no vale más que el silencio. Era el prolegómeno del placer de escuchar su florida oratoria, sus agudas paráfrasis y sus inagotables citas de pensadores que utilizaba con habilidad para mantener la atención del auditorio.

 

Es un lugar común afirmar que Jack era un “hombre de la Cultura”. Podemos afirmar que, su alma inquieta y su devoción por las realidades humanas coincidía con el espíritu renacentista.

Había nacido en Alberdi, provincia de Buenos Aires; pero desarrolló su infancia en Villa Constitución (Santa Fe). A los nueve años cambió la vida de Jack con el temprano fallecimiento de su padre, a quien siempre reverenció. Fue entonces que su madre debió solventar la crianza de sus hijos con sacrificados trabajos. Esa mujer luchadora tenía plena conciencia de que la educación era el mejor legado para su progenie, costara lo que costara. Se aplicó a ello con ingentes sacrificios. No fue menor la amorosa atención que dispensó a los niños. En la confianza de la amistad Jack siempre demostró tener bien presente la oblación de su madre.

En la ya centenaria “Escuela Normal” de Villa Constitución, Jack transcurrió sus estudios y se graduó como maestro. Muchas veces volvería para intentar devolver con su palabra los conocimientos que adquirió en esos bancos de profundas cicatrices en sus tableros. Desde la radio local también tuvo tiempo para hacer sus primeras armas en los avatares de la profesión de periodista. Este sería el prolegómeno de su eterno enamoramiento con el micrófono.

La figura de Jack siempre estará ligada a los libros. Solía contar el extraordinario sacrificio que realizó su madre para regalarle en su cumpleaños de 18 la monumental obra de Mitre, “Historia de San Martín”, en seis tomos; más tarde le seguiría la biografía de Belgrano, por quién sintió peculiar admiración. Estas lecturas fueron el amplio portal para su afición a la Historia.

En uno de sus numerosos viajes por el exterior Jack llegó a la Universidad de Salamanca, donde protagonizó una vivencia que contaba como solo él podía hacerlo y que indefectiblemente erizaba la piel a cuantos lo escuchaban con ingente emoción. Compartía aquella sobresaliente experiencia relatando que, obedeciendo a un impulso interno se llegó a esos centenarios claustros y los recorrió acompañado por la sombra de su héroe. Cuando preguntó si existía “algún recuerdo del alumno Manuel José Joaquín del Corazón de Jesús Belgrano”, devenido luego en uno de los estadistas más preclaros de Argentina, la profesional que lo atendió con deferencia y la envidiable decisión con que Europa guarda todo vestigio histórico, le permitió acceder al legajo estudiantil del prócer. Prendada de la admiración que brotaban de las palabras con que Jack se refería al gran hombre, la bibliotecaria le ofreció posar sus dedos sobre la solicitud de admisión, el mismo lugar donde la mano de Belgrano estampó su juvenil firma. Jack sabía decir que fue uno de los momentos más emocionantes de su vida, hemos de creerle.

Benoliel leía todo, con singular provecho. Muy temprano de madrugada, canjeaba su descanso por otros sueños en la tranquilidad del silencio. Su prodigiosa memoria le permitía citar, con toda fidelidad, a los grandes de la Literatura. Su expresividad lo ayudaba. Sin duda que tenía un talento natural para manejar la excelsa herramienta que usara Cicerón, pero él también supo cultivar esos dones con exquisita dedicación, hasta el punto de ser reconocido con el “Demóstenes de Oro” y el título de “Maestro de la Cultura” por el “Grupo Argentino de la Oratoria” (G.A.O.)

A lo largo de su vida acumuló una variadísima biblioteca, cuyos libros prestaba con rara generosidad. Muchos llevan la dedicatoria fraterna de literatos, investigadores y personalidades. Amó esas páginas como se ama la potencia vital que aportan las mil visiones de un mundo de maravillas; tragedias y comedias. En sus postrimerías quiso legarlos a la ciudad, para que todos los rosarinos pudieran leer lo que él había leído Por incomprensibles razones de algún burócrata no pudo hacerlo durante su vida, pero, afortunadamente y en poco tiempo más, los libros de Jack verán pasar los tiempos en las manos de quienes frecuenten su querida “Biblioteca Argentina”. Será Justicia, como dicen los togados.

La familia paterna de Jack provenía del África, de aquella tierra estragada por el Sol y barrida por el Siroco que con su manto de arenas trasciende el Mediterráneo y lleva el calor del desierto a la verde Europa. Allí recalaron sus ancestros sefardíes cuando fueron expulsados de la España. Fiel a su herencia étnica Jack tuvo una amplísima actuación en la “Sociedad Hebraica Argentina de Rosario”, de la que fue su secretario por nueve fructíferos años. Sus desvelos tuvieron destacado reconocimiento en otro empleo de servicio y de representativo honor, cuando se lo designó vicepresidente de D.A.I.A. (“Delegación de Asociaciones Israelitas Argentinas”). Quienes lo conocieron saben que Jack vivió su judaísmo con emotiva piedad.

Era Jack toda una personalidad en la ciudad cuando la “Junta de Historia de Rosario” lo invitó a sumar su empuje a la multifacética tarea de contribuir a la memoria y a la identidad de la ciudad. Fue el prolegómeno de inolvidables mesas de café donde compartía inquietudes y pensamientos con los miembros de la entidad. Jack fue protagonista destacado de aquellas tertulias informales, pocas veces faltó a la cita con sus amigos, pero también prestigió con su presencia las actividades públicas del cenáculo. Más tarde cumplió con envidiable espíritu de servicio como presidente de esa misma Junta.

La pluma de Jack fue ampliamente prolífica. La prensa escrita fue su tribuna. Desde el papel difundió la Cultura en todas sus formas; juzgando la realidad que le tocó vivir nos brindó su pasión y su alma. Por muchos años publicaron sus crónicas los diarios “La Capital” de Rosario y “El Ciudadano”. Ya en su atardecer nos dejó dos preciosos libros, el primero fue “Ensayando Ensayos”, con el patrocinio de la Universidad Nacional de Rosario. El segundo, algo más cercano, llevó un sugestivo título, “Reflexiones a Tiempo”. También se prodigó desde la revista “Rosario, su historia y región”.

Pero no todo son rosas, Jack nos dejó una deuda, no llevó registro de sus conferencias, que fueron cientos, quizás miles, a veces dos en un mismo día. Públicos de muy diversas provincias tuvieron el singular placer de escucharlo.

Otro rubro que se inscribe en el “debe” de su contabilidad vital, fue no escribir una memoria sobre su experiencia con las numerosas personalidades que presentó. En la intimidad contaba con verdadero placer cuando le cupo hacerlo con Borges. Como éste fueron muchos los grandes presentados por Jack a los auditorios rosarinos; uno de ellos el quíntuple campeón de Fórmula 1, Juan Manuel Fangio; a los que se sumaron importantes literatos como: Ernesto Sábato, Mario Vargas Llosa, María Esther de Miguel, Marcos Aguinis, José Ignacio García Hamilton, Juan José Sebreli, Silvina Bulrich, Tomás Eloy Martínez, Federico Andahazi, Bernardo Ezequiel Koremblit, Mariano Grondona, Jaime Barylko y Julián Marías, entre otros. Su proverbial habilidad y brillantez solía derivar en públicos diálogos con sus entrevistados, algo que los asistentes solían premiar con los mismos aplausos que tributaban a sus interlocutores.

Fueron muchas, muchísimas, las entidades que le solicitaban su palabra o le pedían colaboración para introducir dignamente a algún invitado especial. En este sentido fue un verdadero embajador cultural que supo representar a Rosario con el brillo de su habla y el porte de su físico. Esto se puso particularmente en evidencia cuando disertó en el “Salón de los Pasos Perdidos” del Congreso Nacional, al cumplirse ciento cincuenta años de la ley que reconoció a Rosario como ciudad.

Su paso como columnista en el ya clásico programa “De 12 a 14” marcó una época en la televisión de Rosario. Desde el Canal 3 fueron treinta años de intensos diálogos sobre Historia y Literatura universal con públicos de toda edad y múltiples características. A todos supo llegar y se lo demostraron con renovadas manifestaciones de cariño en el cenit y en el ocaso de su vida. Esto demostró que la excelencia oratoria también puede ser un puente para llegar a la generalidad de la gente.

El conocimiento que alcanzó su figura desde la pantalla chica tuvo efectos inesperados. Muchos somos testigos de la generosidad de Jack para atender a cuantas personas interrumpían su caminar para saludarlo, felicitarlo y, en definitiva, para brindarle con su cariño el reconocimiento por sus aportes a las mentes de toda clase social.

Su rol de periodista lo proyectó en el ámbito de la empresa. Conocedor como pocos de los medios de comunicación y de su entrañable función en la sociedad, presidió el directorio de la “Radio de Rosario”, L.T.8 y, más tarde del canal de cable “Gala Visión”. Desde allí dio la oportunidad a muchos jóvenes, que desarrollaron sus carreras bajo el ejemplo que les brindaba Jack.

Aquella vocación de maestro normal nacional volvió a llevarlo a las aulas, mucho más tarde que su primera experiencia. Entre sus múltiples ocupaciones se hizo tiempo para formar comunicadores desde la cátedra de “Ética Periodística” en la escuela de esta disciplina que sostenía el Círculo de la Prensa”.

También supo devolver a la sociedad la oportunidad que gratuitamente le dio la Universidad pública, cuando obtuvo su título de licenciado para el servicio consular en la “Facultad de Ciencias Económicas, Comerciales y Políticas” (Universidad Nacional de Rosario). Fue así que se brindó desde la cátedra de “Teoría de la Información y la Comunicación”, en esa misma casa de altos estudios. Además, fue profesor de “Sociología y Ciencia Política” en el Instituto Superior Técnico N° 18 y de “Instrucción Cívica”, en la “Escuela de Policía” de Rosario.

Cientos de diplomas, plaquetas, medallas, notas de agradecí-miento, membresías honorarias y otros testimonios saturaban las paredes y bibliotecas de su estudio. Eran tantos, que migraban a otros ámbitos de su hogar. Cada uno fue guardado por Jack como preciadas muestras del cariño que le brindaban por sus desinteresados servicios. Entre esos recuerdos destacaba una gran fotografía de su madre.

A lo largo de su vida recibió distinciones notables, como aquella que le discernió el gobierno de Italia, cuando lo designó caballero oficial de la República. Por su gestión en pro de la Cultura, su querida Villa Constitución lo nombró “Ciudadano Ilustre”.

La popularidad de Jack quedó demostrada cuando un grupo de rosarinos, a los que adhirieron varios cientos más, promovieron ante el Concejo Municipal que se lo reconociera como “escritor y periodista distinguido de Rosario”. En aquella sesión especial del Cuerpo el recinto se colmó de público y todos quisieron acercarse para saludarlo, brindándole su afecto y gratitud. Somos testigos.

Una de sus experiencias más entrañables fue participar como invitado de la “Asociación Sanmartiniana Cuna de la Bandera” para recrear el “Cruce de los Andes a lomo de mula”; así lo hizo, sobre sus ochenta años, logro que le mereció el honor de descubrir una placa alusiva al “Bicentenario de la Revolución de Mayo” al pie de aquel monumento a la paz que es el “Cristo Redentor”, a más de 3.000 metros de altura sobre el nivel del mar.

También se le entregó el “Monumento de Cristal”, como homenaje a su permanente exaltación del simbolismo del Monumento Nacional a la Bandera. Además, fue distinguido por la Fundación Ciencias Médicas de Rosario “Profesor Dr. Rafael Pineda” y por la “Fundación para el Desarrollo Argentino”, de la provincia de San Luis.

En este panorama no podía faltar Dios. Jack era plenamente consciente de la gratitud que le debía su existencia a ese Amor personal, directo, con mayúscula. Como judío siempre procuró superar las barreras históricas levantadas por la intolerancia de siglos, así como los nuevos conflictos desatados por la instalación del Estado de Israel en aquella sufrida “tierra prometida”. En sus alocuciones solía citar con sincera admiración a los santos católicos Juan XXIII “el papa bueno” y a Juan Pablo II, “el magno”. También reverenciaba a Pablo VI, por su decisión de promover la declaración “Nostra Aetate” (“Nuestro tiempo”; 1965) del Concilio Vaticano II, que superó una brecha de dos mil años entre el catolicismo y el judaísmo, a cuyos cultores solía referirse como “nuestros hermanos mayores”; fueron 2.221 los votos a favor y solo disintieron 88 prelados. Jack recordaba esta decisión como un ejemplo de que todas las diferencias pueden superarse cuando existe amplitud de espíritu.

No todo fue intelectual en Jack, tenía pasión por el tenis, deporte que practicó hasta avanzada edad. Era consciente que el hombre necesita realizarse en lo cultural, pero también en su físico, templando la voluntad en la competencia y en la amistad de sus ocasionales rivales en las lides sobre polvo de ladrillo. Mirar a los grandes del tenis por televisión fue una pasión de Jack que permaneció secreta para el gran público.

Pero esta semblanza no quedaría completa si omitiéramos a su familia, a la que consideraba el mayor de sus logros. La misma que supo forjar desde el amor que se profesaban con su esposa, René. De ese cariño nacieron sus hijos Claudia y Edgardo y de ellos vinieron sus nietas, Salomé, Cloé, Luna y Sarah, que despertaban una estrella de luz en los ojos de Jack cada vez que las mencionaba.

Sin dudas que hubo sombras y pesares en su vida como en la de todos los hombres, pero consta a quienes lo conocieron que procuró superarlas con sinceridad y valentía, aún en perjuicio de sus propios intereses.

Cuando aquel día 2 de octubre del año 2017 se extinguió la vida física de Jack, la prensa rosarina tituló con rara coincidencia: “El periodista y escritor Jack Benoliel, un ícono de la Cultura de Rosario, murió este lunes a los 89 años”.

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