Palpitanto el Carnaval

Palpitando  el Carnaval

Por Miguel Carrillo Bascary



Es una frase común decir que “los Carnavales ya no son lo que eran”, pero también es una realidad. Es que las fiestas populares son una manifestación cultural que evoluciona de acuerdo a las circunstancias de un pueblo.

Como ejemplo, hace más de cincuenta años Carnaval eran “solo” tres días, que con cierta amplitud abarcaban los bailes del viernes y sábado anterior, así como en la semana siguiente “el entierro” y esto nada más que en algunas regiones del país.

Dentro del Carnaval su aspecto más característico eran los juegos de agua, por edicto policial más o menos cumplido “con rigor” quién transitaba por las calles entre las 10 y las 18 hs. sabían que se exponía a una mojadura. Eso sí había ciertos códigos, como por ejemplo no mojar a los muy ancianos; ni a los bebés. Por lo demás, nadie se salvaba.

Los adminículos eran los ridículos pomos de diversos calibres, a los que seguían las “bombitas” que era la metralla habitual y se vendían en bolsas de cien; una estampa común consistía en ver las canillas con restos de las bocas de los globitos, reventados durante el proceso de carga.

Los menos pudientes y también los más zarpados directamente apelaban a los baldes y palanganas con el riesgo de que por exceso de entusiasmo se transformaran en verdaderos proyectiles. Con un corto alcance las mangueras también se admitían. Resultaba una excentricidad el uso de las pistolas de agua, muy apreciadas por los chicos por su lujoso aspecto, pero de muy poca capacidad de carga.



Las famosas serpentinas eran una opción inocente, habitualmente imperaba en los bailes más elegantes pero su aparente inocencia solía esconder una forma de aproximarse y de “hacerse ver” con una señorita o con un joven que interesara especialmente, luego del ataque era habilidad del ofensor apelar a otras armas para avanzar con las tareas de conquista.

No olvidemos tampoco el talco, particularmente favorito en el Norte y en las zonas serranas, donde los depósitos naturales entre las piedras eran saqueados en la semana previa al Carnaval para conseguir suficiente provisión que se colocaba en bolsitas de papel o que se arrojaba con latas, si eran las grandes (de dulce de batata o membrillo, mejor aún).

La tecnología innovó en la materia, aparecieron sofisticados fusiles lanzadores de aspecto futurista, generalmente importados, pero también fabricados por hábiles vecinos. Poco a poco hizo su aparición una opción innovadora, los spray de “nieve”.


Lejanos quedaban los tiempos del pasado colonial donde la estrella eran los huevos, si era posible de ñandú, a veces rellenos de agua perfumada y cenizas pero que generalmente mantenían su contenido natural, lógicamente que bien podridos.

La otra costumbre típica, heredada de los fabulosos carnavales venecianos eran las “mascaritas” que solían verse en los bailes y comparsas; fuera de este ámbito era el dominio de los chicos, hasta que entraban en la adolescencia, por que entonces ya estaban “para otra cosa”, obviamente los bailes y toda su parafernalia.

Eso sí, los carnavales de hace cincuenta años, tampoco eran lo que antes eran … para muestra podemos ver el siguiente grabado que muestra cómo se celebraba en Arequipa, Perú a comienzos del siglo XIX.

Algo similar,  ocurría En las Provincias Unidas del Río de la Plata (a) la República Argentina; hasta el punto que en 1844 un decreto de Juan Manuel de Rosas resolvió prohibir la fiesta debido a los excesos, que muchas veces dejan paso al velorio de "alguien que festejaba". 

¡Esos sí sabían divertirse!

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