El valor de saber preservar

El valor de saber preservar

Por Miguel Carrillo Bascary


La pieza

La sensibilidad de dos amigos dotados de una especial sensibilidad hizo que pensaran en quién esto escribe para depositar en mis manos una pequeña pieza, de escaso valor económico pero de un enorme significado testimonial.

Se trata de un mini-banderín de raso negro, de 12 por 7 centímetros, que lleva estampada en amarillo una imagen estilizada del Monumento Nacional a la Bandera. La cartulina que la contiene alude a su inauguración, ocurrida el 20 de junio de 1957, con lo que acredita ya sesenta años de su confección.

Por razones personales he tomado conocimiento de innumerables recuerdos de aquél histórico día en que los argentinos saludamos a nuestra Bandera con la satisfacción de haberle dado el digno sitial que merecía recordando su creación, aquí en la ciudad de Rosario, en el lejano 27 de febrero de 1812.

El valor de la pieza que les presento radica en su originalidad, sus características son absolutamente únicas. Seguramente se imprimieron miles pero también es cierto que se deben conservar muy pocas unidades. La familia de Miriam Bürki y de Juan Solari supo preservar amorosamente este testimonio; les estoy enormemente agradecido de que me hayan considerado digno de difundirlo por este medio y de preservarlo por un tiempo más, el que me quede.


Reflexión

Cuando los hechos pasan, cuando el tiempo se hace sentir, aquél testimonio que guardamos para recordar pareciera perder valor, particularmente en la consideración de aquellos que no fueron parte de la circunstancia que se quiso memorar.

Así, insensiblemente se pierden testimonios invalorables del pasado que hacen a nuestra propia identidad social.

Cuando la ley de la vida se lleva a un ser querido son muchos los objetos que deja atrás que en muy pocos casos son valorados por quienes los suceden. Se olvida aquel proverbio que dice “lo que unos desprecian para otros es un tesoro”.

En esta época de aceleración de la Historia y de nuestras propias historias personales el espacio doméstico se comprime en forma exponencial. ¡No hay lugar para guardar lo necesario! Menos aún para lo que no sabemos por qué guardamos o por qué guardaron los que nos antecedieron.

Deberíamos hacer un esfuerzo, todos. Si no podemos o no queremos guardar algo, intentemos al menos que llegue a quién pueda valorarlo. Así cimentaremos nuestra historia social.

¡Muchas gracias amigos! Que el ejemplo dado se reproduzca por miles. Son muchas las instituciones o en su caso las personas que saben apreciar un legado. Quizás muy pocos merezcan estar en un museo, pero sin dudas merecen que se den a conocer para preservar, para reconstruir las arenas del tiempo pretérito.


Finalmente …

Hace algunos años un amigo (Jack Benoliel) reflexionaba desde las páginas de un matutino local y se preguntaba: “¿Adónde van los libros cuando sus dueños mueren?”. Un interrogante que angustia a todos los que hemos formado una biblioteca, aunque sea pequeña.


La respuesta palpita en la esperanza de que alguna vez sean leídos otra vez, por otros ojos; de que otras manos los acaricien y recorran sus páginas … volveré sobre el tema, dentro de algún tiempo.

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